Gaza: Lo que nos queda es reconstruir
Hay dos mil muertos, con medio millar de niños aniquilados, y además diez mil heridos… La gente quiere sobrevivir, no obstante. Escribió Eduardo Galeano: “Con tantas personas perdidas, llorar por las cosas sería como faltarle el respeto al dolor”. Los enemigos están en negociaciones y no se descartan sobresaltos sangrientos. Pero como en la madre peleando por su hijo en el hospital, en los gazatíes encarna la esperanza, obstinada, tenaz, motivante: están recogiendo y preparándose en su afán de recuperar la estabilidad y el porvenir, con lo que sea que les haya dejado la guerra, siempre que sea vida.
Revolución en Libia: David vs Goliat
La ventaja estaba de parte de Jaled: con el Kalashnikov en la mano, tirado y lleno de sangre, parecía muerto y pensaba que podría sorprender al enemigo cuando se aproximara. Hizo el movimiento tan rápido como pudo, apuntó y apretó el gatillo. Pero el arma se atascó. Él no tenía idea de por qué, su entrenamiento había durado media hora antes de que él y sus amigos se fueran a la batalla. ¿Sería la arena? ¡Qué más daba! El mercenario encendió los ojos asesinos y dirigió la mira hacia su rostro. Inmovilizado de terror, Jaled llamó a dios y deseó que fuera cierto todo, que hubiera vida después de la muerte, un paraíso para los shujadá de la Thawra, los mártires de la Revolución, como él. “Que así sea”, musitó. Y cerró los ojos.
El espejismo de la Guerra Santa (Yijad 5 estrellas)
“No me interesa saber de dónde eres ni qué haces aquí, estoy a tu servicio”: Amar, el dueño de uno de los negocios, pensó que venía a surtirme antes de entrar en Siria. “Ésos no te interesan, ¿verdad?” Se refería a unas gorras de colores verde y caqui que portan emblemas del rebelde Ejército Sirio Libre (ESL). “Tendré que tirarlas o algo, ya nadie se las lleva. Sin duda, prefieres algo así”, señaló piezas de tela negra con el logo de la organización Estado Islámico de Irak y al Sham (EIIS), la más poderosa de las dos milicias afiliadas a Al Qaida.
El espejismo de la Plaza Tahrir
La calle Mohamed Mahmoud se convirtió en el centro de los combates durante cinco días: a unas cuatro manzanas de Tahrir está la sede del Ministerio del Interior, plaza fuerte de las FCS. La cantidad de granadas de gas que lanzaban los paramilitares era alucinante. Sus efectos, los peores que me ha tocado constatar. Ni en Irán, Palestina o algún otro lugar he visto situaciones así: además de lo común (fuerte ardor en los ojos, la garganta, las fosas nasales y en la piel que se humedece), a muchas personas les provocaba que perdieran el control sobre sus cuerpos y se convulsionaran. Algunos trastabillaban para salir de las nubes de gas hasta encontrar a alguien que los ayudara. Otros se desplomaban ahí mismo y había que tener valor para entrar a levantarlos. Quedaban con la mirada perdida, con baba que caía de sus bocas, exánimes.
Ahora es Abedi quien activa el arma grande. Los percutores hacen tronar los gordos casquillos. Ahmed también dispara con el AK-47. Pronto, aumenta el número de las balas que entran: ya hay más contrarios atacándonos. El sofá no me va a servir de nada, busco un rincón y pego la espalda y la nuca al piso mientras utilizo el visor móvil de la cámara para ver lo que ocurre. Del techo se desprenden pequeños pedazos de cemento.